Viaje al Centro del LSD

POR FERNANDA ACOSTA & ALMENDRA HERNÁNDEZ

Este es un trabajo para la materia «Taller de Periodismo de Investigación» de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, impartida por el Mtro. Eduardo Portas (Otoño 2014)

“¡Sííí!, hagamos un video de dealers. Yo tengo un chingo de conocidos que seguro nos pasan el contacto”.

Se nos hizo fácil. La última vez que trabajamos juntas, Fera y yo entendimos que teníamos el mismo vicio, –entre más escandaloso sea el contenido de nuestro producto mejor–. Hacer un video sobre drogas tenía todo el sentido para nosotras.

Y en este, nuestro segundo proyecto, confieso que aprendimos algo muy valioso, una cosa es tener los contactos y otra es que se van a dejar retratar. Y digo, si eres narcomenudista tienes razones de sobra para no dejarte grabar, ni por las cámaras del Periférico.

A horas de cambiar el tema por falta de entrevistado, conseguimos un voluntario dispuesto a colaborar en tan noble causa. Por respeto y protección a su identidad, le llamaremos Dr. Hofmann. No sabíamos mucho del Dr. antes de conocerlo. ¿Qué sustancias venderá? ¿Tendrá hábitos raros con su clientela? ¿Él tendrá hábitos raros?, ¿También se drogará?… ¡Diablos!, ¡a quién diablos estamos a punto de entrevistar!… ¡Diablos!

El Dr. no quería que lo grabáramos ni su casa, ni en su territorio. Teníamos que buscar un buen set donde… a) Estuviera permitido filmar b) No se aglomeraran multitudes que dificultasen maniobrar la cámara. c) Fuese un spot estéticamente coherente con el perfil del personaje.

De esas veces que no sabes en qué te estás metiendo, recogimos al Dr. Hofmann en su casa para trasladarlo a la colonia Cuauhtémoc, en donde un buen amigo nos prestó su depa. Y maldita suerte la que nos acompaña, el querido Dr. resultó un buen tipo apasionado de las sustancias psicodélicas. No se trataba de cualquier traficante, estábamos frente un hombre fanático de los viajes y de la “apertura emocional” a la que conducen. Un par de tomas en la azotea: “que párate aquí”, “ahora camina hacia los tanques de gas”, “ponte de espaldas, mira hacia el horizonte”…

Cuando llegó el momento de las preguntas, los tres estábamos lo suficientemente aclimatados como para compartir un buen trip de información. Y nuestra entrevista, como los efectos del LSD; un buen inicio, su respectiva subida, el clímax y una satisfactoria bajada. El Dr. Hoffman conoció el ácido a los quince años. Cual Mesías iluminado, en ese momento decidió que todos debían “conocer el Cosmos”; confesó que prácticamente volvió a nacer. La misión del Dr. se encaminó a cambiar percepciones, conducir a sus amigos al camino de los psicodélicos y desmentir los rumores alrededor del ajo. “Por ejemplo el rumor de que el LSD se queda en la columna vertebral ¿no? Yo investigo los rumores.

Luego les puedo caer mal a mis amigos de que –ayyyy ya va este güey a echar sus choros–, pero pues mientras uno más sepa, es mejor.” Jamás imaginé que no haberme metido un ácido nunca, sería un impedimento para entender algo al pie de la letra. Específicamente, para entender las sensaciones que describía el Dr. “La energía la sientes. El todo lo ves como uno y como nada a la vez. Son sensaciones visuales, es entretenido, es sabroso en efecto físico. Por ejemplo, con otras personas, si estás bien ácido, puedes llegar a sentir así como telepatía. Como que te entienden con sólo decir una palabra. Ahí es cuando dices, estamos conectadísimos.”

Y sin que nosotras lo decidiéramos, nuestro primer video ya tenía un tema más que delimitado, Dietilamida de Ácido Lisérgico a.k.a, LSD. Obviamente nos fascinó la idea. El que Fera estuviese haciendo su servicio social en la Unidad de Ensayos Clínicos en Adicciones y Salud mental del Instituto Nacional de Psiquiatría, fue un strike de suerte dos. (¿O se me olvidó que todo estaba fríamente calculado?) Rodrigo Marín Navarrete, investigador de ciencias médicas, coordinador e investigador principal de esta unidad, fungió como la base científica de nuestro primer video.

“Los efectos a corto plazo de los alucinógenos, generalmente los podemos encontrar donde el sujeto se disocia. Ese proceso se conoce como drogas disociativas. Al tener estas alteraciones en la sensopercepción, el sujeto puede generar sensaciones, o ver cosas que le están pasando a su cuerpo. Éste puede estar deformado, o generando una historia.” De la mirada de dealer viajero, a la calculadora visión científica.

Qué extraño sabe escuchar dos enfoques tan distantes de un mismo tema, en tan poco tiempo. Salíamos del Instituto Nacional de Psiquiatría –imponente construcción– con las manos llenas de información alucinada, de un tema con el que tenemos experiencia nula . ¡A quién le importa nuestra falta de telepatía y apertura emocional!, he aquí las menos junkies encaminándose al terreno de los distribuidores de sustancias ilegales (¡bendito periodismo!, ajá…) Cómo un par de straight edges transmiten un viajesote ajeno. Esa es la cuestión.

Queríamos pedirle que nos contara su historia…. La cosa era cómo y a quién. Cuando recién lo conocimos, nos dimos cuenta que nos enfrentábamos a tres personalidades suyas: Jack, el dealer; a Lukas, el loco, o bien, a M., el hombre de familia que había nacido hace 8 años cuando decidió ingresar a rehabilitación para dejar de consumir cocaína.

La primer respuesta que obtuvimos después de contactarlo fue ‘Déjame consultarlo con mi guía espiritual’, una frase poco esperada de alguien que maneja una Harley Davidson y suele referirse a sí mismo como Lukas, un apodo que según él alude a la locura que lo llevó a perderlo todo. Desde hace un par de años, decidió alejarse de la ciudad que le trae tantos malos recuerdos. Ya no le gusta el tráfico, ni el ruido, ni desvelarse. Lo suyo ahora es vivir en San Miguel de Allende, donde tiene un estudio fotográfico y muchas carreteras por recorrer en su motocicleta.

Como actividad extra, suele pasar el tiempo en un centro de rehabilitación tratando de platicar con alcohólicos y adictos que entran al proceso de desintoxicación. ‘Es un proceso muy largo y doloroso’, explica.

Antes de iniciar la entrevista, nos cuenta del último caso que llegó a la clínica: un joven de 14 años, adicto al crack y que fue internado en cuatro clínicas distintas, sin resultados exitosos. Mientras lo narra, enciende un cigarrillo y ve el paisaje con cierta nostalgia. A ratos parece que habla de su propia historia, pero pronto ve la cámara y recuerda la razón por la que ha sido citado en el camellón de la calle Vito Alessio Robles.

Temíamos que la cámara lo intimidara o que pidiera que protegiéramos su identidad. Después de todo hoy tiene una reputación que cuidar en San Miguel de Allende. Le explicamos que existía la posibilidad de que varias personas lo vieran en internet: ‘Si nunca me dio pena que me vieran por el piso haciéndola de pollito, buscando los restos del papel del perico (cocaína), ¿por qué me importaría que la gente sepa que he cambiado mi vida para bien?’, dice orgulloso.

3, 2, 1… ¡Corre cámara! Y así, sin tapujos, comienza a hablar. No sin antes pedirle al camarógrafo que haga un encuadre lindo de su Harley. Se mete al personaje de Jack, el dealer que en su juventud fue un junior que lo tuvo todo. Habla más golpeado, se empieza a acelerar. Desafortunadamente es interrumpido por un albañil que pasa y se deslumbra por la moto. El pequeño hombre se mete al cuadro sin darse cuenta y cortamos la toma. Segundos después el intruso pregunta con timidez : ‘¿Oiga, la puedo tocar? ¿Cómo cuánto cuesta? ¡Qué belleza de moto!’

A Jack no le gusta que lo interrumpan. Siente que le están robando su momento. No sabemos qué decir. ‘Mira cabrón, estamos grabando. ¿Sí? No, no la puedes tocar. Te invito a que te retires.’ Ésta última frase suena como un eufemismo para: ‘Sácate a chingar a tu madre’. La voz rasposa y el aspecto biker lo asustan. El albañil toma sus cosas y se va murmurando una serie de insultos. Asustadas, reímos nerviosamente y volvemos a comenzar.

Retoma el hilo de la conversación: ‘Acabé consumiendo todo lo que supuestamente era para la venta. Eso no funciona’, afirma. La cirugía para la reconstrucción de su tabique lo confirma. ‘Recuerdo que la parte de los preparativos era algo de bastante miedo, por esta cuestión de que, qué pueda suceder en un momento de… Ya en la parte de la entrega, de la negociación, el previo era algo de temor, pero al estar yo consumiendo, consumía más para poder quitar ese miedo precisamente.’

A lo largo de la entrevista, menciona una y otra vez el miedo y la adrenalina de vender sustancias. Primero mariguana mojada o ‘con basuritas’ para que pesara más. Después, cocaína rebajada con azúcar glass. Al principio las regalaba para ‘enganchar’ a sus amigos más cercanos, quienes lo fueron recomendando con otras personas que posteriormente se volvieron sus clientes. No los mejores, porque pronto nos cuenta que no había mejor cliente que él. El problema fue cuando poco a poco, el dinero se le empezó a ir por las fosas nasales. Dinero en efectivo y las pertenencias de su madre: ‘Ya no vendía porque lo usaba todo para mí’. Fue como el principio del fin para Jack, el dealer.

Esto no es ninguna coincidencia, nos explica la psicóloga Lorena Larios, quien actualmente se prepara como Consejera en Adicciones en el Hospital Ángeles del Pedregal: ‘Más que por ganar dinero y querer consumir, es más bien por experimentar lo que todo el mundo empieza a probar. Es como tener un gran manjar y decir: «yo no lo pruebo, pero todos los demás lo están probando y hablando maravillas», sin ver las consecuencias secundarias que posteriormente puede traer de desventajas el consumo de sustancias.’

Explica que más allá de hablar de un perfil psicológico, en el mundo de las adicciones es imposible generalizar en términos de los “efectos que tienen las sustancias en los individuos”. Y vaya que si hay algo que la historia de este dealer nos ha dejado claro, es que cualquier ser humano que haya consumido lo mismo que él, debería estar muerto, o de menos, tener alguna especie de deficiencia física. Es algo así como un súperhombre esperando contar sus ‘drogaventuras’, buscando volver a encontrar el rush de la cocaína en sus propias anécdotas.

Para Jack, la depresión no es una opción. Se le ve activo, contento, hablando, fumando cigarrillos sin parar, tomando Red Bull o Monster, socializando o conquistando quinceañeras. Lo mismo pasaba cuando consumía, un efecto natural en los adictos, según Lorena.

Si estás consumiendo un estimulante te va a dar para arriba. Pero los efectos de abstinencia van a ser los contrarios: ansiedad, depresión. A lo mejor, si una persona consume un estimulante es justo para (o en la mayoría de los casos), evitar algún malestar. Alguna depresión, una tristeza. Se llama “efecto boomerang”, cuando viene la tristeza, pero exacerbada. Viene una depresión o una desolación extremadamente grande, que hace que ya la persona ya no vuelva a consumir ese estimulante, para evitar esa sensación de malestar físico o emocional.’

Ya no es Jack quien termina la entrevista, sino algo que se asemeja más a M., el padre de familia y hombre de negocios. Cuando se le pregunta sobre cómo es que llegó a tocar fondo, empieza a conectar con sus emociones. Se le ve un poco más tranquilo. Cuando terminamos, dice a manera de broma que suele huirle a las emociones, como alguien que le huye a la peste. Odia sentirse deprimido, confiesa. Odia sentir tristeza, de la misma manera que odia comprometerse o serle fiel a su pareja. Súbitamente se pone el casco de la moto, la chamarra que parece más bien armadura y sube a su moto. Sabemos que quien se despide no es ese padre de familia, sino Jack quien ha regresado… momentáneamente, esperamos.