Encuadres de la Muerte. La Nota Roja en México

POR MANUEL FELIPE CASTRO & MARCO ANTONIO RUIZ

Realizado para la materia «Periodismo de Investigación» de la Universidad Iberoamericana. Otoño 2013. Mtro. Eduardo Portas

Nunca sabíamos a donde íbamos a parar, cada vez que nos montábamos en el Ford Ikon, lo que sí sabíamos, es que en cada recorrido, nos encontraríamos con la muerte y que sin presupuestarlo, esos encuentros se volverían una ligera adicción.

En la vida nada es sencillo, y mucho menos enfrentarse de frente con la tan temida muerte, pero existen fotógrafos y reporteros de nota roja que lo hacen y para ellos solo es un día más en el trabajo.

Es muy difícil decir que con tan sólo una cámara fotográfica, algunos lentes y la valentía de unos cuantos hombres y mujeres la muerte sea combatida desde la trinchera humana del periodismo, que a veces por los sucesos trágicos, se debate entre el sentimiento y el profesionalismo.

Las páginas de nota roja han sido durante muchos años la reducción perfecta en imágenes del morbo, la violencia y la anormalidad, estas hojas le dan la bienvenida a la muerte y la tragedia ocasionada por los homicidios, choques y crímenes pasionales, descuartizados etc, en cada publicación, en donde por lo regular es muy difícil diferenciar la exorcización de los hechos violentos y la información clara y concisa.

A principios del siglo XIX, los diarios ejercían solamente un periodismo opinativo con una escasa sección dedicada a asuntos amarillistas o de nota roja. A esta estirpe pertenecen diarios como El Sol, El Águila Mexicana, El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve.

A medida que los hechos violentos y sus imágenes empezaron a adquirir popularidad en los lectores en el siglo XX, especialmente en los años 50´s y 60´s poco a poco se fue engendrando una escuela incipiente de fotógrafos mexicanos que se dedicaban a recopilar y vagar por las distintas calles olfateando los hechos delictivos, y sus desenlaces sangrientos para realizar sus publicaciones.

En la actualidad la nota roja ha pasado de ser una sección escondida en los principales diarios de México, a ser portada principal, por el alto impacto, y por la ganancia que genera para las empresas periodísticas la venta y reproducción de la nota roja, tanto así, que hoy en día existen periódicos creados exclusivamente para cubrir esta sección como lo son: El Gráfico, El Metro, La Prensa y el Impacto por citar algunos diarios.

7 de la mañana, ese día y esa hora no era tan distinta a la de otros, el cielo empezó a clarear y en mi cuerpo tenía el suficiente aire para respirar, pero a diferencia de otros días, me encontraba ante la mirada de 3 fotógrafos, una reportera de nota roja, y un colombiano, que fue víctima de la migración a esta ciudad de México y que por fortuna o no era mi compañero de la clase de titulación, con todos ellos me encontraba aquella mañana en el cuarto piso del edificio de la Prensa, uno de ellos que no era el colombiano se llamaba Luis.

Lleva más de 20 años cubriendo la nota roja, mismos que posiblemente lleva fumando una cajetilla al día, su rostro se pierde en el humo del primer Delicado de las 7:10 de la mañana, porta un suéter a rayas que le hace disminuir la edad, y un look bastante engominado, casi siempre.

Su memoria es un disco duro, porque cuando relata la escena de los 35 cuerpos de un grupo de peregrinos que le tocó fotografiar en la volcadura de un camión en las inmediaciones de la carretera Xochimilco-Oaxtepec, lo hace como el más prolífico cuenta cuentos, con detalles, entonación y sin tartamudear, a lo que el Colombiano y yo nos quedamos un poco atónitos.

Desde que comienza la primer charla matutina, no duda en decir que esto de cubrir la fuente policiaca es una profesión desgastante y esclavizante, “aquí nunca paras, 24 de diciembre, año nuevo, tres de la mañana u ocho de la noche, esto nunca termina, claro si eres un obrero y nada más entregas el trabajo sí, pero si te entregas como yo o como muchos otros de aquí, esto se vuelve una vida que poco a poco te cobra réditos”.

Luis o como muchos le llaman “Barrera” (por su apellido), sonríe y se toca la cicatriz en la cabeza provocada por un macanazo en la cobertura de una marcha en 2001, hecho que lo llevó a que lo operarán para cerrar la herida.

A él, parece no importarle esa cicatriz, ni mucho menos el brazo izquierdo, que por más que intenta no puede estirar correctamente, otra huella de la batalla en este trabajo.

No sabe manejar o más bien, dice que nunca quiso aprender, es un hombre romántico cuando pone “Almohada” de José José y rockero cuando tararea “Corazón espinado”, domina las marcas de alcohol perfectamente y suelta la carcajada cuando en el la página de “face” en el álbum de “viejas” aparece una imagen de cuando tenía 23 años y Lalo su gran amigo y hoy colega 26, con alegría nos dice “miren así estaba cuando entré a la prensa, el es el Lalo, chale estábamos como ustedes ahorita, así de chavos”.

Gran parte de su cabello ya está cubierto de canas y quizá esa es su mayor preocupación, pues nos confiesa que lo único a lo que le tiene miedo es a morir de viejo, después de esto, apaga su tercer cigarro antes de que den las 7:45 de la mañana y antes de que yo decida en unanimidad con el Colombiano cambiarle a la película matutina de Chabelo que se transmitía en el canal 13 de esa vieja televisión de no más de 20 pulgadas que estaba instalada justo delante del escritorio de “Barrera”

La nota roja como la mayoría de los fotógrafos dicen, es uno de los géneros periodísticos, más olvidados y segregados dentro del gremio, quizá por la dificultad o por el aparente desgaste que significa cubrir de 1 hasta 4 casos al día, sin que la remuneración económica sea mayor a $4000 pesos al mes.

Sin remordimientos Barrera declara “para cubrir la nota roja debes de tener valentía y maña, te vas haciendo amigo de los polis, o por ejemplo, un día que no me dejaban acercarme al muerto que estaba por Iztapalapa me fui saltando de azotea en azotea hasta que llegué y chin, que tiro desde arriba, los polis poco pudieron hacer, aquí es de maña”

-Después de los 4 sábados que pasamos el Colombiano y yo podríamos afirmar lo mismo-.

La dinámica de la nota roja hasta cierto punto es fácil de descifrar pero no de vivir, son largas jornadas de trabajo que van de los extremos de temprano y tarde, aquí no existe hora de descanso, ni de comida, ni días festivos, ni festivales del día del padre o de la madre, aquí pareciera que el tiempo se vive a la velocidad en la que tienes que llegar al evento en donde está el cuerpo, conocer a la perfección la ciudad y no tener miedo a recibir un ataque o agresión por parte de los policías, cuerpos médicos o familiares de las víctimas, en esta fuente pareciera que lo peor no es que en cada escena existe un muerto sino la presencia de la Prensa.

La cobertura de un hecho, comienza cuando los radios que mantienen intervenidas las frecuencias de la policía empiezan a sonar, ahí, es momento de poner atención a cada una de las palabras del agente, que puede o no reportar y dar las coordenadas de un accidente, en donde estén involucradas personas fallecidas.

Esa mañana parecía que iba a empezar nuestra jornada, cuando en el radio que Barrera mantenía a un costado de su escritorio empezó a sonar.

A lo lejos y en modo encriptado sonó la voz de lo que parecía ser un agente de seguridad; reportaba un Z1 en las inmediaciones del poniente de la ciudad. Tiempo después descubrí que Z1 significaba muerto en el lenguaje policiaco y que existían muchas claves más como: “ Z1 por x13 (muerto por arma de fuego) o Z1-44 (muerto por enfermedad)” -de esta manera tuve que aprender rápidamente las claves y la nomenclatura para medianamente entender los eventos que nos tocaría cubrir- (durante el tiempo que acompañamos a los fotógrafos a cubrir la nota roja las burlas y los chistes con estas claves eran de todos los días entre el Colombiano y yo, poco a poco le vas perdiendo el tabú a la palabra muerte).

La clave Z1 puso a todos en movimiento, “Barrera” tomó una especie de chaleco que contenía su cámara y sus objetivos y solo alcanzo a decir “vámonos hay un indigente muerto por frío” mientras por el nextel, trataba de confirmar con otros colegas la dirección exacta de la ubicación del cuerpo, acto seguido y 5 minutos después nos encontrábamos el Colombiano y yo en un Ford Ikon gris, que parecía más un carro sardina que familiar, por el grupo de personas que contenía ese pequeño bólido.

Nuestro conductor, era Julio Vargas, pero para abreviar todo mundo le dice JV, cuando supe esto, tanto yo como el Colombiano, no dudamos en emitir un chascarrillo, era un apodo muy singular, para una persona que se veía pasada de los 60 años y tenía una apariencia como de Abuelito, apodo que tiempo después le pondríamos.

Su historia en la cobertura de nota roja se remonta por allá de los años 70´s, y con gran nostalgia nos narra que la ciudad actual de México, no se compara con la de antes, “ni Periférico, ni vía Gustavo Baz, nada más estaba el Viaducto y párenle de contar” nos comenta, mientras presionaba el acelerador a más de 90 kmh sin siquiera voltear a ver los espejos retrovisores.

Él como muchos otros, ha entregado su vida a esta profesión, aunque este trabajo le ha visto pasar tres casamientos, dos divorcios, una que otra novia y no sé cuantos hijos, pues después de tantas anécdotas perdimos la cuenta.

Después de retratar la historia de México y sus hechos violentos durante 30 años, como el avionazo en el aeropuerto de la Cd de México, y ver descuartizados, baleados y degollados JV, le ha perdido el miedo a casi todo.

yo ya estoy grande, hago esto solo para no estar en mi casa, estoy enfermo, tengo diabetes y me he visto muy mal en el hospital; yo ya le he dicho a mi mujer, que este viva (que se ponga al pendiente) para cuando yo me muera”

No son estas palabras lo que nos deja sin aliento a mi y al colombiano, sino su tristeza al contarnos la historia del hijo más joven que tiene, que a los 23 años perdió la capacidad de caminar por un accidente de motocicleta.

Su cabello es presa de su mano izquierda y con esta misma se frunce la cara, tratando de desaparecer el dolor que le causa hablar de eso, es evidente, este hecho le ha marcado la vida, después de esto, pregunta a “Barrera” qué calle tiene que tomar para llegar más rápido al Z1 que había informado la policía y vuelve la mirada hacia el frente.

El colombiano y yo, nos detenemos a ver la ciudad que apenas comienza a despertar desde la ventana trasera del Ford Ikon gris, tanto él como yo, nos encontramos desconcertados, pues íbamos a lo desconocido, no sabíamos en que parte de la ciudad estábamos ni en donde iba a parar el carro, pero ha decir verdad nunca me sentí inseguro, pues estaba consciente que un riesgo teníamos que correr al cubrir este tipo de eventos, y precisamente sabía que los hechos trágicos se daban en zonas como Tepito, Ecatepec, Chalco, y la Gustavo A. Madero como todos los fotógrafos nos lo habían dicho.

Hice una pausa en el camino solo para pensar que estábamos acompañados de personas que les resultaba natural ver muertos, pero para mí y el Colombiano era algo nuevo, quizá por eso nos distraíamos a ver el paisaje, para no hablar del miedo o quizá la adrenalina que ambos sentíamos.

Lalo se dio cuenta de esto y rompió el hielo con la frase “esto de cubrir la nota roja es muy bonito, nunca sabes que te vas a encontrar” y con eso rompió el silencio de menos de un minuto que se había formado en la atmosfera de aquél Ikon.

De pronto nos encontrábamos otra vez en la plática, y aquí comencé con la radiografía del tercer y cuarto personaje de ese día, la historia de Lalo y Erika.

Lalo nos acompañaba ya desde el cuarto piso de la Prensa, su singular parecido al personaje cómico de Chespirito le daba vida a su apodo, “ El Chavo del Ocho”.

Lalo es un tipo bajito, con vestigios en la frente de lo que alguna vez fue cabello, su tono de voz era amable, venía bien abrigado y portaba el chaleco de todo fotógrafo, ese que viene equipado con cámara y objetivos distintos.

Nos relataba que hace 15 años era más fácil cubrir la fuente policiaca, ya que antes hasta los mismos policías les dejaban tomar fotos de los muertos y destaparlos, para tener una mejor imagen en el caso de que estuvieran cubiertos, ahora dicen que la relación se ha vuelto complicada, y que los derechos humanos han coartado la libertad de fotografiar al muerto de cerca.

Su historia no es muy distinta a la de los demás, entró desde muy chico a tomar fotografías para el periódico La Prensa, él y “Barrera” dice, han sido compañeros entrañables desde que ambos entraron al periódico y son 20 los años en donde han compartido todo tipo de aventuras en esto de la cobertura de nota roja.

Con desfachatez y con una tranquilidad pasmosa mientras yo trataba de que mi cabeza no chocara con el techo del carro en cada tope que pasaba JV, mencionó que el problema entre muchos otros de la fuente policiaca es que existe mucho celo profesional, mientras iba dando indicaciones desde la parte trasera del Ikon, para llegar más rápido al evento.

En este trabajo, muchos son mala onda, porque se quieren creer mejor que tu, si eres nuevo hay unos que te dicen, mira por aquí toma la foto, o no vayas allá porque están los familiares, pero como hay gente buena onda, hay gente mala onda. Esto es de amigos, y quien no tiene amigos no es nadie, porque aquí todos necesitamos de todos”.

El carro se detiene por culpa de un semáforo en rojo y como si fuera por turnos, Erika es quien empieza la plática.

Ella es reportera del diario El Gráfico y describe que ese celo del que habla Lalo también se presenta en su rama pero en menor medida, pues a veces los reporteros comparten información en caso de que alguno de ellos no haya cubierto algún evento o no haya llegado. para poder sacar la nota,

Erika, es compañera de Lalo, o como dice Lalo es “su bulto”, Erika es joven, su edad no rebasa los 30 años, tiene una cabellera abundante y rizada, que deja ver, detrás de tanto cabello un rostro limpio de acné, sus ojos son grandes como luna llena, y sin lugar a dudas eclipsa a su compañero de trabajo con su 1.80 cm de estatura.

Durante el trayecto me doy cuenta que ella no se aminora, y que soporta el comentario de Barrera cuando ve pasar a una joven que cruz la calle delante del carro -uuuuuf esa si aguanta no Lalito- Lalo : –ey ey pero poco e-. Erika parpadea como normalmente lo hace y suspira –quizá por dentro solo está pensando hombres, hombres, hombres todos son iguales- pero no lo dice.

Charlamos de cosas sin importancia en los que llegamos a nuestro primer y único evento del día, mientras que por el nextel que trae consigo “Barrera” se escucha “si, es un indigente muerto por frío, y está entre Aquiles Serdán (y una calle que no alcanzo a escuchar), ahí lo vas a ver”.

En el filo de la ventanilla del asiento trasero, el Colombiano y yo seguimos escuchando a Lalo, quien habla con pasión acerca de su trabajo, nos enseña sus lentes, el telefoto, el ojo de pescado y su angular, mientras nos relata que antes trabajaba en la noche, según dice es más fácil, pero corres más riesgos, pues en la moto (medio de transporte que utiliza regularmente) los accidentes son una constante, y más a esas horas donde te tienes que cuidar de los conductores ebrios y de la delincuencia.

Las velocidades del carro oscilan entre quinta, tercera, primera y viceversa, con el objetivo de llegar antes que el ministerio público a la escena del muerto, ya que como comenta “Barrera” una vez que llega el MP, acordonan el área y es más difícil tomar la foto del “muertito”, además mientras más tiempo transcurre, los curiosos y hasta los familiares llegan a la escena y ha veces eso complica la labor del fotógrafo, pues en repetidas ocasiones sufren de agresión por parte de los familiares del fallecido (en eso recuerdo, la patada que se llevó Barrera por parte de un familiar en su intento por fotografiar a una mujer que murió en un accidente automovilístico hace 5 años).

SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ

El reloj marcaba las 8:30 am, del 2 de noviembre, cualquier coincidencia con la fecha del día de muertos era pura coincidencia para debutar en nuestro primer evento de nota roja.

El carro por fin se detuvo, “Barrera” “Lalo” “Erika” el colombiano y yo, bajamos rápidamente del auto, mientras que JV buscaba un lugar idóneo donde estacionar el carro. En el lugar ya se encontraba toda una comitiva de fotógrafos y reporteros de distintos diarios, y como si se tratase de una convención todos se saludaban alegremente, a menos de 5 metros del “muertito”.

Para mí y el colombiano, fue algo que nos tomó por sorpresa, volteamos hacía todos lados tratando de hallar el cuerpo y cuando menos lo esperamos habíamos caminado sin querer a unos cuantos metros de donde estaba el indigente muerto, ninguno de los dos comentó nada, aunque el colombiano emitió instrucciones que parecieron decirme “tírale papá, aquí está el pan”

El indigente parecía que estaba posando para una sesión de fotos, pues sin duda fue presa de mas de 60 tomas por cada uno de los 5 fotógrafos que se encontraban presentes, cada foto tomada con una finalidad, de llegar a ser portada del periódico al siguiente día.

El indigente, como todos, se encontraba sucio y mal oliente, acostado sobre el asfalto a un costado de un carro, “el muertito” estaba cubierto con una sábana blanca que ha decir verdad no le cubría nada, así como no lo hizo la triste chamarra color café que portaba, que por más que intentó mantener caliente al indigente de alrededor de 65 años, no lo logró.

La muerte, le llegó de sopetón a ese indigente, quizá por agarrar la jarra y quedarse dormido en la calle o simplemente por el frió intenso de la madrugada, pero eso poco importaba, cuando aquél cuerpo acomodado como si estuviese durmiendo boca arriba formaba parte del panorama desolador de esa parte de la ciudad de México, y su muerte añadía algo más amargo al sabor de esa mañana, de nuestra mañana del Colombiano y mía, aunque el Colombiano bromeaba con tonterías de –“ey marquillos ya dile a tu tío que qué pasó, que ya se levante” y cosas así.

A los fotógrafos parecía no importarles el indigente, a fin de cuentas ellos habían visto muchos muertos, en peores posiciones y con desenlaces más trágicos, la sesión de fotos duró unos 15 minutos, pues en el lugar solo un policía estaba presente, quien no opuso resistencia alguna para que los fotógrafos hicieran su trabajo.

A lo lejos se observaba a Erika platicando con los vecinos que se encontraban cerca del área y con un simple “listo” todos nos enfilamos a subirnos al carro, para volver a rodar hasta las instalaciones de la Prensa, fue cuando me dí cuenta que mi primer avistamiento de un muerto había concluido satisfactoriamente, sin haber sido presa del miedo ni del vómito, la primer prueba había sido superada, sin imaginar que esta historia se repetiría al menos 3 sábados más y se convertiría poco a poco en una rutina, tratando de encontrar el “muerto perfecto” que nos diera la toma exacta para nuestro trabajo de titulación.

Ese día todo acabo con un –“hasta luego”- decepcionados el Colombiano y yo de no poder sacar más material que nos sirviera, y aunque suene un poco ofensivo, el “muerto perfecto” no es en modo despectivo, simplemente sucede que cuando tratas mucho tiempo este tema, la jerga de aquellos que trabajan en esto se pega, yo, ya me sentía uno más de ellos, pues nunca pensamos el Colombiano y yo que estos fotógrafos nos acogieran de la forma en que lo hicieron.

UNA NO ES NINGUNA Y DOS ES LA MITAD DE UNA

Sábado 9 de Noviembre, quizá para algunos esta fecha significó algo en sus vidas, ya sea por una boda, o un bautizo al cual acudirían en la tarde o en la noche, o quizá era el comienzo de una resaca monumental por la noche del día anterior y que muy posiblemente duraría hasta el domingo, en fin, yo trataba de no pensar en las horas de sueño que me habían hecho falta por dormir, ni lo tanto que extrañaba estar en mi cama.

Como hace 7 días, volví a escuchar el acento suramericano del Colombiano con su clásico -“Aaaaaaaaala marquillos vengo bien desvelado, pero qué ¡a darle con todo no papi!”- Mientras yo seguía pensando en mi cama y en los 10 minutos que demoró en llegar el Colombiano a las afueras de un Starbucks y que pude aprovechar para desayunar.

Caminamos del Starbucks hacia la entrada de la Prensa, y el poli en turno, nos hizo la ya clásica pregunta con un tono entre semidormido y de flojera –“¿a dónde va? o ¿con quién viene?” – a lo que el colombiano y yo respondimos casi en coro, y con la misma acentuación de flojera que se cargaba el poli. “con Barrera”.

Mientras subíamos al cuarto piso, el colombiano y yo platicábamos de la noche anterior y de nuestras hazañas en la fiesta, aunque pienso que cada quien exageraba cuando nos tocaba decir a que hora habíamos llegado a casa, quizá para que el otro tuviera compasión y no exigiera tanto tan temprano.

Las puertas del elevador se abrieron y ante mi, un deja vu aparecía, las sillas, mesas, escritorios y computadoras estaban ordenadas ante nosotros asquerosamente igual que el fin pasado, yo imaginaba que era la clásica oficina de un godines mientras avanzaba a saludar a Barrera y al Abuelito.

Saludé a Barrera y al Abuelito como si fuésemos viejos amigos, mientras Barrera echaba un ojo a nuestras caras y nos preguntaba –“que tal, hoy vienen cruditos, ¿estuvo buena la fiesta?”- yo no entendía su pregunta, quizá era por la cara de destruidos que nos cargamos el Colombiano y yo o era porque realmente se había convertido en una especie rara de Walter Mercado y podía adivinar claramente que 3 horas antes habíamos estado bebiendo el Colombiano y yo, cada quien por su rumbo, unos cuantos mezcales antes de que la liquidez en nuestras carteras se agotara y arruinará la noche, aun así el Colombiano resolvía esa pregunta de manera categórica con un –“nada, nada todo tranquilo jajaja”- y con un sonrisa un poco jocosa, clásica de su carácter suramericano apagaba cualquier sospecha.

JV o el abuelito, como el colombiano y yo le habíamos nombrado por su aparente parecido a uno, lo encontré sentado a placer sobre una silla alado de su escritorio, sinceramente recordé que era la segunda vez que lo veía en esa posición y con esa calma, por momentos olvidé que respiraba y pensé, que bien podría pasar como parte del inmobiliario de ese lugar, pues el Abuelito, no se inmutaba y solo se dedicaba a escuchar que había de nuevo en el radio o en su celular, en espera de algún acontecimiento.

Como el sábado anterior, la tele estaba prendida y a cuadro apareció un sujeto con acento brasileño, recomendando inscribirse en algún programa de superación personal, el colombiano y yo nos quedamos pasmados ante lo absurdo que sonaba su plan de superación, en fin, no había mucho que hacer, ni que ver.

El colombiano, se notaba un poco crudo, la actividad de la noche anterior parecía haberlo sobrepasado y en un comentario en voz baja que me sonó a denuncia dijo: “marquillos estoy crudísimo, es que ayer llegué a las tres a mi casa y wey dormí 2 horas, aaaaala espero que hoy si esté rápido esto para que me vaya a mi casa”.

El canal 13 había empezado su programación normal, creó que era Viruta y Capulina quienes aparecían en una película setentera o quizá ochentera, daba igual, lo único que quería es que el radio o el celular de JV sonara y nos avisaran de un muerto (poco a poco se convierte en una adicción, y sin pensarlo, en algunos momentos el Colombiano y yo nos escudábamos en sacar las imágenes para nuestro trabajo, aunque creó que en el fondo empezábamos sino a disfrutar de acompañarlos a cubrir muertos si a la adrenalina que nos generaba).

Barrera nos puso al tanto y nos dijo que entre semana había estado “movidito” nos contó de una mujer que recibió varios impactos de bala en la GAM y un muertito por la zona de Ecatepec, para él, algo natural, para el colombiano y para mi, algo que nos despabilaba el sueño.

Después llegó Lalo, no había nada nuevo en él, llegó junto con su bulto (Erika), y nos saludó mientras decía –“qué, listos para más acción”- yo solo reí, y el colombiano le respondió “por supuesto, aquí estamos”.

Volteó a ver al Abuelito quien es el informante de lo que sucede , pero nada ni un maldito ruido, por la radio.

15 minutos después, suena el celular del Abuelito, con un tono jocoso de una canción de salsa, 2 minutos dura la conversación pero termina arrastrando las palabras “vamos para allá”.

Le dice a Barrera que los demás ya están allá y que nos tenemos que ir, en Chalco le reportan un encobijado, la tele que está solo para hacer ruido por que nadie la ve se queda encendida.

En el carro como hace 1 semana nos apretamos todos, de nuevo tengo que ir encima de las piernas del colombiano a lo que Lalo dice “qué, ya se andan acoplando rebien verdad” el colombiano solo ríe igual que yo.

40 minutos nos tardamos en cruzar toda la Cd de México, para llegar a Chalco, la verdad no sabía si era Estado de México o DF, lo que si sabía era que estábamos muy lejos, porque el panorama por esos rumbos se volvía de casas de cartón una sobre la otra y sin pintar, basureros y mucha arena en lo que se llamaba Valle de Chalco, para ese entonces el Colombiano ya llevaba adormecidas las piernas.

En el ambiente del auto reinaba la frustración y el enojo, y es que por más que el Abuelito aceleraba, el tráfico impedía ir más rápido, yo solo pensaba que nuestra oportunidad de tomar una escena buena se iba diluyendo al pasar los minutos, mientras que Lalo se encontraba molesto por la forma tan lenta en la que manejaba el Abuelito.

5 minutos antes de llegar a la escena, la mala noticia la recibimos, el MP ya había llegado y era posible que ya no encontráramos al encobijado, la decepción de todos se hizo evidente pero nadie dijo nada.

En efecto, al llegar, todos nos bajamos a las afueras de lo que parecía ser una escuela primaria, el deshabitado lugar se adornaba de las 4 patrullas y los más de 20 policías cubrían el área en donde había sido depositado el cuerpo, pero este ya estaba arriba de la camioneta de la SEMEFO.

Las primeras investigaciones o más bien las primeras deducciones apuntaban a que había pasado la noche en ese lugar; lo que reportaban los vecinos y la gente de por ahí es que además de presentar 2 impacto de bala también tenía un narco mensaje.

De nuevo nadie dijo nada, pero era evidente que Barrera y compañía habían perdido la foto y el colombiano y yo las imágenes del encobijado, pero fue aquí cuando sufrimos los primeros estragos de la intimidación policiaca, cuando nos preguntaron a que medio representábamos y nos pidieron acreditaciones, mientras intentábamos grabar los aspectos del lugar.

El Colombiano debo reconocer, se vio firme y siguió grabando las pocas escenas de policías y servicios médicos forenses que se encontraban en el lugar, pero yo siendo presa de los nervios, deje de grabar y confié en que el Colombiano obtuviera buenas tomas.

Nuestro día acabo cuando sentí que mis piernas ya no daban más para cargar al Colombiano de regreso a la Prensa, pero por fin tocamos tierra alrededor de las 12 del día en el edificio de la Prensa, ubicada entre Reforma y Juárez, esta rutina sabatina nunca se tornó aburrida pero si llena de decepciones como la que acabábamos de vivir con el encobijado.

NO ES UN JUEGO DE NIÑOS

Siempre pensamos que la tercera es la vencida. Otro sábado de trabajo y mientras voy camino a la Prensa pienso en lo que nos deparará o lo que espero que nos deparé ese día. Llevamos ya más de 2 semanas recopilando material y aún necesitamos afinar detalles de edición, hacer nuevas preguntas y recopilar algunos aspectos para el reportaje en video.

Como raro, Marquillos está sentado afuera del Starbucks con su cara de ¿por qué llegas tarde? No han sido días fáciles y nos apresuramos a entrar al periódico con la idea de aprovechar el tiempo lo más que se pueda. Cmpartimos el saludo de cortesía e incluso un poco de café instantáneo en vasos de unicel.

Poco tiempo tenemos de acomodarnos en la redacción cuando los radios empiezan a sonar. Al parecer es un descuartizado en Villa de Chalco. Ni siquiera sé cómo afrontarlo. Escuchas este tipo de cosas en las noticias, ves videos y fotos, pero parece tan lejano y ajeno a la inmediatez de la realidad. Creo que por encima de pensar en lo que nos vamos a encontrar, la adrenalina de la promesa de un descuartizado nos pone alerta.

Ni siquiera sé muy bien donde queda Villa de Chalco pero reconozco la autopista por la salida a Puebla. Hay mucho tráfico en la carretera. En el trayecto vemos dos o tres choques, con intervalos no tan largos. Barrera se ve preocupado, bueno, más que preocupado ansioso.

-“Tenemos que llegar antes que lo levanten, ahí lo levantan bien rápido porque la policía no quiere que se sepa este tipo de cosas”- Todo el mundo parece un poco tenso. No sé si es el tráfico, la hora, o la impotencia por estar luchando con el caudal de carros que se vislumbran en frente de nosotros.

Yo me dedico a observar como el paisaje se vuelve completamente gris. Sólo se ven pequeñas montañas y como si fuera pesebre, se despliegan infinidad de casas grises desordenadamente amontonándose unas sobre otras. En pequeños lapsos hacemos bromas con Marquillos respecto ah “¿Si te gustaría tener una casa aquí, para traerte a vivir a tu vieja no?” y tonterías por el estilo. El abuelito no va a mal paso, esquiva, me atrevería a decir ágilmente, los coches y nos escabullimos entre los carriles parados.

Finalmente abandonamos la autopista y nos adentramos dentro del barrio como tal. Vemos a lo lejos un parque público, un gran número de patrullas y mucha gente abarrotada tras el cordón que ha puesto las autoridades. Ya está estacionada la camioneta de la SEMEFO, no tenemos mucho tiempo. Apenas si el abuelito logra acercarse, baja la velocidad y todos nos casi nos aventamos con cámara en mano y tratamos de ubicar la escena.

Es el momento de la verdad, nos acercamos cargados de adrenalina y buscamos ubicar el cuerpo, o bueno, lo que haya de él. Nos acercamos tratando de hacernos un espacio entre la gente y con la convicción de sentirnos parte del equipo de nota roja. Me toma algunos segundos entender la escena. Nos presionamos contra la gente y vemos un par de bolsas de basura que están al pie de un pasamanos. Realmente no se distingue una figura o forma evidente. Recuerdo que me pregunto, cómo alguien descubrió lo que había en las bolsas. ¿Cómo lucirá una cabeza en una bolsa?

Me conflictua ver los lugares en que deciden dejar este tipo de cuerpos. Hace apenas un sábado fuimos a cubrir un “encobijado” enfrente de un jardín de niños. Ahora, en el medio de un parque público, de los cuales no creo que haya muchos en la zona. Algunos niños juegan con una pelota a pocos metros de lo que fue suponemos la noche anterior fue la cabeza de una muchacha.

Los de la SEMEFO se empiezan a acercar a las bolsas y se desatan los clicks de la cámara. Tratamos de captar lo principal de la escena, pero muchas de las personas se sienten incomodas cuando las grabamos. Tratamos de hacer pequeños paneos mientras escuchamos lo que algunos chismosos especulan acerca de lo que pasó. –“No pues, dicen que es una chava que se peleó con su novio y pues…”- De manera, se puede decir machista, me siento un poco incomodo al saber que era una mujer. Según las declaraciones de los que descubrieron las bolsas, es la cabeza y el brazo de una joven de no más de 20 años.

Es imposible dejar volar la imaginación y tratar de darle un rostro, una identidad. Repentinamente el médico forense agarra las bolsas, una de cada mano y camina presuroso hacia la camioneta. Por la manera en que las carga, no puedo evitar relacionar la escena con alguien que saca la basura. Se aleja rápidamente y desaparece en la parte de atrás del vehículo.

Me siento mal al reconocer, que por un momento, me hubiese interesado ver el contenido de la bolsa. Recuerdo lo que nos decía Saúl, el fotógrafo de Cuarto Oscuro, respecto a la visión que tiene la gente de ellos. Los llama morbosos. ¿Pero acaso las 30 personas que rodeaban la escena no también estaban esperando algo similar? Por lo menos los de la nota roja pueden decir que ese es su trabajo y así se ganan la vida ¿Pero qué motiva a los demás? ¿Qué esperaban que pasara? Es curioso como este tipo de situaciones devela mucho de nuestra condición humana.

Algunas preguntas con los principales testigos, el compartir de fotos entre colegas y nos montamos una vez más al carro para regresar a la redacción. De camino platicamos acerca de las fotos de unos y de los otros, de las posibles causas que pueden provocar un acto como este. Dudan por un instante en quedarse en las inmediaciones para esperar a que encuentren el resto del cuerpo. –“No debe estar muy lejos. Segurito esta tarde lo encuentran”- comenta Barrera. Todos especulamos sobre los posibles lugares donde dejaron el resto y las condiciones del mismo. Es increíble con qué facilidad te olvidas que estás hablando de un ser humano. Pero ahora entiendo lo inevitable que es en un ambiente como este.

Regresamos a la redacción con la espera del próximo evento pero los radios no vuelven a sonar. Una vez más, será hasta el próximo sábado.

EL BUEN FIN

¿Qué suena? Me pregunto haciendo un esfuerzo mental por tratar de ubicar ese sonido y qué lo provoca ¡No! ¡No puede ser! ¿Ya son las 6? ¿Tan pronto? Volteo a la ventana y en el borde de la cortina veo que se filtra una luz de color azul pálido. Está amaneciendo. Exhalo resignado, lucho contra mi voluntad y me siento de un tirón en la cama. Es sábado otra vez, y la alarma de mi celular me hace saber que muchas o pocas, ya se cumplieron las horas de sueño y es momento de regresar para el episodio final en la prensa.

Me levanto con un amargo sabor a cerveza en mi boca y un moderado dolor de cabeza provocado por el estrés y la insuficiencia de sueño. Miro el reloj y me doy cuenta que tengo poco más de 20 minutos para estar listo. Ya en el taxi rumbo a la prensa miro las calles de Insurgentes que aún permanecen vacías pero que poco a poco empiezan a abarrotarse con el ritmo de la mañana. Alrededor de las 7 pasaditas como es costumbre recibo el mensaje de Marquillos “¿Qué pasó papa? ¿Dónde andas?” A lo lejos veo el caballito de Reforma y Bucarelli y decido que no vale la pena contestarle.

Lo saludo desde lejos y mientras me acerco pienso porqué en vez de estar afuera del Starbucks quejándose de los 10 minutos que llego tarde, no aprovecha simplemente para entrar al periódico e ir viendo que material nuevo puede conseguir. ¿Qué puedo decir? Me da gusto ver al tipo. Nos saludamos, comentamos sobre las actividades de la noche anterior y nos encaminamos hacia la prensa.

Era curioso ver como llevamos un mes yendo todos los sábados y aún el policía, el mismo policía que nos había registrado una y otra vez nos aplica la de: ¿A quién vienen a ver? Antes que si quiera piense en contestarle Marquillos lo resuelve con un “Los chavos de la ibero, venimos con Barrera”

En el elevador pienso en el sábado pasado. Por encima de la buena vibra, el “conocer” la ciudad y sus más perdidos rincones, aún no hemos podido conseguir la escena que nos dará el premio Pulitzer. Es nuestro último día, nuestra última oportunidad de conseguir la imagen que retrate en esencia el día a día de los periodistas de nota roja.

Barrera está sentado en su escritorio revisando algunas fotos en Internet. El abuelito como de costumbre está sentado cómodamente en su silla, afinando la señal de su radio, en espera de que del otro lado alguien, poco importa quién, reporte algo que valga la pena cubrir. A estas alturas nos instalamos como si estuviéramos en nuestra redacción, como si fuésemos uno más del clan. Dejamos las cosas sobre el escritorio y con un paneo rápido a la redacción buscamos algún aspecto que se nos haya escapado y podamos grabar.

Pasa un rato y no hay movimiento. Platicamos sobre las banalidades que pasan en la televisión. Están pasando Sabadazo. Laura G, presentadora del programa, aparece con un atuendo vaquero mientras presenta los grandes éxitos de la banda invitada, Los Tigres del Norte. Es una tele pequeña, no más de 22 pulgadas en la que según Barrera y los demás tienen contratado cable. La verdad es que difícilmente sintoniza otro canal que no sea de infomerciales. Siempre está encendida aunque nadie la este viendo. Supongo que el comercial de la manguera que se estira y se retrae solo sirve como un acompañante más.

Hablamos de lo más relevante de la semana y nos cuentan sobre un tipo al que mataron golpeándolo con un bloque de piedra en la cabeza. -“Hubiesen visto, el muertito de frío del otro día estaba leve, este era el bueno”- comenta Barrera mientras parece buscar las fotos. Ponemos nuestra cara de decepción y preparo mi estomago para verlas. No las tiene a la mano y ni Marco ni yo insistimos mucho en que las busque.

Aleatoriamente preguntamos cosas tratando de mantener la conversación. Marquillos es mucho mejor para eso que yo. No sé si sea un asunto de idiosincrasia, el hecho de que soy Colombiano y no comparto ni entiendo mucho de lo que dicen, o simplemente un asunto de carisma, pero Marquillos logra hacer fluir con naturalidad la plática. Les habla en su idioma, los mantiene en la conversación.

Finalmente sale el caso de la descuartizada del sábado pasado. Nos cuentan que finalmente la policía había encontrado el resto del cuerpo botado no muy lejos del parque donde apareció la cabeza, pero que no ameritaba regresar a cubrirlo. Noto que no les tiembla la voz al hablar del tema. No es un asunto de poca sensibilidad o irrespeto; es simplemente una realidad con la que están acostumbrados a lidiar y han dejado la solemnidad atrás para convertirlo únicamente en un tema de trabajo.

Aquí se pasa de un tema al otro rápida y eficientemente. Sin remordimiento, sin compromiso ni dolor. Y si lo piensas bien, no podría ser de otra manera. De la historia de los niños que recibieron 47 disparos en la cara cada uno, al parecer por estar involucrados con algún narquillo en la delegación Iztapalapa, pasamos al caso de un tipo que al estrellarse contra un árbol se degolló y terminó con la cabeza atorada en una especie de altar, hasta terminar hablando de las conquistas que el abuelito a sus setenta y tantos años aún se da maña de presumir.

En retrospectiva me sorprende un poco ver la facilidad con la que nos adaptamos a las conversaciones, a la situación, al ambiente en general. En cierta medida creo que se debe también a la confianza que logramos que nos tuvieran. Desde ese primer día en que Barrera nos dio esa primera entrevista, hasta este punto, había un progreso de intimidad y confianza que jamás, ni ellos ni nosotros, hubiésemos presupuestado.

El radio parece despertar de su letargo y anuncia un posible Z1 (muerto) en la delegación Nezahualcoyotl. Los Nextel empiezan a repicar con su característico sonido y todo el mundo se pone en disposición de actuar. ¿Será este el bueno? ¿Será este el evento que nos dará la escena prometida?

La única información disponible: Un posible z1 dentro de un vehículo de transporte público. Barrera y los demás no parecen especialmente entusiasmados como con otros casos, pero es suficiente para ir a revisar. Pienso, casi ruego a las deidades que sea por fin el día que llevamos esperando desde hace más de un mes. Pensamientos como “que hoy si nos toque ver algún muertito” pueden parecer insensibles y difícil de justificar, pero aclaro al lector que así como los fotógrafos y reporteros de nota roja, nuestro interés por encima del morbo responde a cuestiones académicas.

En el camino hacia el lugar repaso lo aprendido en días anteriores:

  • Identificar la escena y ubicar el cuerpo.

  • Ser discreto y cauteloso al momento de acercarse a grabar sin dejar tampoco que se te vaya la escena.

  • Observar alrededor. Identificar quienes están y por qué.

  • ¿Dónde está la policía? ¿son aquellos familiares o chismosos?

  • Pero sobre todo, por gracioso que pueda parecer, no estorbar el trabajo de los fotógrafos como lo hice anteriormente.

Una vez más no tengo ni idea de a dónde vamos, cuál es la calle, qué tan lejos está el evento o si la delegación es conocida por ser peligrosa o no. ¿Seguimos en el D.F o ya estamos en el Estado de México? En ese aspecto todo para mí es nuevo e impredecible. Solo veo como las avenidas se van convirtiendo en calles, las calles se van angostando y perdiendo el asfalto; cada tanto aparecen letreros de lugares con nombres que casi no puedo pronunciar y que según el Google Maps parecen estar muy lejos de donde me muevo normalmente.

Aún así, no puedo decir que me haya sentido en peligro en algún momento. Era evidente que los principales eventos ocurrían en zonas peligrosas, no por nada íbamos a cubrir asesinatos, aún así, apenas estacionábamos yo era uno de los primeros que se bajaba a grabar, acercándome cuanto pudiera al cuerpo o a la escena en sí.

Todos en la redacción concuerdan que las principales zonas de trabajo por la violencia que se vive son las delegaciones de Iztapalapa, Gustavo Madero, Cuauhtémoc, Naucalpan y Nezahualcoyotl. Y con menos frecuencia en las delegaciones Miguel Hidalgo y Cuajimalpa.

En este oficio para lograr hacer un buen trabajo debes llegar primero que la policía y que el servicio médico. Entre el abuelito y Barrera trazan una ruta imaginaria que los dos parecen conocer y con pocas indicaciones nos movemos rápidamente entre los coches tratando de ganarle al tiempo. Cuando podemos los ayudamos con las rutas del GPS, y aunque algunas veces funciona, son siempre el conocimiento de la ciudad lo que los hace llegar a tiempo.

Damos vueltas y vueltas recorriendo de arriba abajo la prolongación de la calle Gustavo Baz en su entronque con la calle Miguel Hidalgo. Buscamos sirenas, alguna patrulla, algún vehículo de la SEMEFO, cualquier señal que nos pueda indicar el lugar. Todo desierto. Una vez más se nos escapó la escena decisiva.

Hay un extraño silencio de regreso. Marquillos y yo estamos un poco decepcionados y ellos parecen compartir el sentimiento. De regreso hacia la redacción escuchamos en el radio acerca de una volcadura de un tráiler que transportaba galones de amoniaco sobre los carriles centrales de Palmas y Periférico. No parece despertar mucho interés, pero no habiendo más…

La volcadura en sí no nos va a traer la escena prometida pero nos ayuda a entender la relación que existe entre las autoridades y los fotógrafos. Estacionamos en el límite acordonado por los granaderos y tratamos de acercarnos lo más posible al camión para conseguir la mejor toma. –¡Hey, Hey! ¿De dónde viene?—nos pregunta cada policía que nos ve acercándonos con la cámara. –Del periódico la Prensa—me limito a contestar y trato de seguir caminando. En este caso Marquillos una vez más se deja intimidar y baja la cámara.

A Barrera, Lalo y el abuelito los dejan pasar libremente, pero nosotros aprendiendo de la profesión nos damos nuestras mañas y conseguimos acercarnos cada vez más. Realmente no hay nada interesante que grabar y decidimos esperarlos. Después de un rato, algunas fotos y un poco de dolor de cabeza por el amoniaco, nos movemos a cubrir una persecución de un tipo que se robó un coche y se estrelló cerca de la calle Presidente Masaryk. Como es a pocas calles, deciden ir y ver que pueden sacar.

Una vez más, vemos como la mañana avanza y nosotros no logramos conseguir la toma que necesitamos. A punto de irnos de regreso a la redacción con un mal sabor de boca, los radios vuelven a sonar y escuchamos la voz de un tipo que les informa de una posible balacera en una combi en el centro de Naucalpan. ¡Esta es la buena!

Durante el trayecto escuchamos como Barrera confirma con otro fotógrafo el lugar y la condición del evento. Desde el principio de la Gustavo Baz, esta vez del lado de Naucalpan, se detiene el tráfico y a lo lejos alcanzamos a ver las patrullas ya instaladas. Llegamos relativamente rápido y esperamos encontrar la portada del siguiente día. Nada. Sólo quedaba la combi vacía y en el interior algunos casquillos.

Según reportes de algunos testigos, dos tipos se habían subido una calle antes e intentaron asaltar a los usuarios intimidándoles con armas de fuego. Coincidencialmente, uno de los pasajeros también traía una pistola y se rehusó al robo, lo que finalmente desató una balacera dentro la combi y dejó a una persona muerta y dos heridos.

Ciertamente era una gran historia, pero los cuerpos ya habían sido recogidos por los servicios médicos y la escena de la combi acordonada era una imagen pobre y poco impactante. Una vez más, estuvimos muy cerca.

Cuando finalmente nos íbamos, le informan al abuelito acerca de otro intento de asalto, esta vez a un pesero por la autopista a (…………..) donde había muerto el conductor. -“Hoy andan con todo las ratas. Están haciendo su buen fin”- comenta en tono de burla un fotógrafo de otro medio.

Recuerdo que pensé “aquí tampoco va a haber nada” y me acerqué discretamente al pesero que se encontraba chocado por un camión en la parte trasera. Al momento del incidente, se presume que el conductor perdió el control, se estrelló contra el muro de contención y el del camión que venía justo detrás no alcanzó a frenar y lo impactó por atrás.

No fue hasta que estuve lo bastante cerca que noté el bulto cubierto por un plástico azul que se dejaba caer sobre el volante del pesero. El cuerpo del conductor seguía ahí. Empezamos a grabar y tratamos de conseguir la mejor toma, pero como nos habían explicado, ya no se acostumbraba sacar el cuerpo, sino ahora los mismos de la SEMEFO se lo llevaban dentro del camión, con eso evitaban que se les pudiera sacar mejores fotos.

Era curioso ver cómo iban y venían los fotógrafos por todos lados tratando de conseguir el mejor ángulo. Subían los puentes, se trepaban al muro de contención, pero la policía no sólo acordonó y puso patrullas adelante y atrás del choque, sino que también colocó a un encargado que se dedicara exclusivamente a mantener la puerta cerrada, única manera de poder fotografiar el cuerpo. Nosotros, pese a nuestros buenos intentos no logramos conseguir una toma limpia.

Estábamos ahí, pero el destino una vez más parecía negarnos la toma prometida. Aquella que retratara de manera fiel lo que ven estos fotógrafos día a día. Para ese entonces y tras poco más de 6 horas de grabación, ambas cámaras se quedaron sin batería y nos tuvimos que resignar a esperar. Tanto Barrera como los demás decidieron esperar a los servicios médicos y jugársela por una mejor foto. Nosotros entonces esperaríamos con ellos pues ni siquiera sabíamos muy bien donde estábamos ni como regresarnos.

Fue entonces cuando la vi. Era la escena que estábamos esperando. De la nada y de manera súbita aparecieron dos mujeres y un hombre que preguntaban desgarrados por el cuerpo del pesero. Al parecer era su esposa, su hija y probablemente su hijo. Se veían humildes y en desesperación. Se abalanzaban sobre el policía de la puerta para que los dejara asomar y comprobar si el que estaba ahí era su familiar.

Pese que estábamos en medio de una autopista colapsada en tráfico, con decenas de cláxones sonando a la misma vez, se podía escuchar el desgarre con el que lloraba la joven. Estaba aferrada a su madre quien a su vez se aferraba al muchacho.

Llevábamos casi un mes yendo todos los sábados a cubrir la nota roja y no nos había tocado ver algo así. Ese lado de las familias de aquellos que protagonizan las portadas. Durante el proceso había llegado a entender la manera en que tanto Barrera como los demás veían su trabajo. Entendí que existen muchos prejuicios para su oficio y que se les estigmatiza injustamente como morbosos y demás.

Ahora veía a aquellos que no sólo tienen que lidiar con la pérdida de su familiar, sino también esperar que la causa de su dolor no se convierta en portada de algún periódico de nota roja como la Prensa, El Gráfico, entre otros.

Esa escena quedó muy presente en mí y no precisamente por alguna carga moral o sentimiento de culpa. Creo en todo caso que de manera muy personal nos ayudó a darle cierre a este proyecto. Nos brindó esa última mirada que habíamos pasado por alto. Y nos permitió terminar de conocer y develar el día a día de aquellos que se dedican a hacer la nota roja.